Call me by your name (2017) de Luca Guadagnino
No sé si como un cuadro de Caravaggio o una escultura. Algo ocurría desde el principio. Como cuando empiezas a crear algo. Primero lo piensas. Hay un contexto. Intentas darle la forma. Parece que no es nada. No se distinguen los rasgos. No sabemos si será una escultura con grandes manos o sin ellas. O un cuadro de frutas o un paisaje. Pero cada vez se ven más cosas y lo mágico es que durante el proceso no dejamos de mirar la obra de arte. Está llena de piano, de gestos, de miradas que fulminan. Está creándose contigo. Te atrapa. Te habla en alemán, en inglés, en francés, en italiano subidos en bicicletas. Va instalándose dentro de tu cuerpo mientras coge forma. Una forma ya casi sin defectos. Es perfección. Es pasión. Es verano y el agua de los ríos está congelada. Es atrevida y juega con Bach. Es potente y también suave. Está ahí. Ya existe. Es una obra de arte. Así lo ha hecho el director y yo lo he visto. Ha creado a Elio y Oliver. A sus padres. Los ríos, las noches de verano en Italia. Las cenas en el jardín. Ha creado el zumo de albaricoque. El melocotón. Las sonrisas de medio lado. Los latidos del corazón fuertes. El sudor. La pasión y el deseo de la juventud. Ha creado una película perfecta. Call me by your name and I´ll call you by mine.
Ver crecer esta obra maestra en la pantalla ha sido una de las mejores experiencias vividas en el cine. Timothee Chalamet es una barbaridad.